Gerentes del vivero comunitario de Canoguitas, Nueva Concepción, Escuintla, Guatemala. Foto: Jonathan Caxun

Para estas mujeres guatemaltecas, proteger los árboles significa preservar la cultura

Una pequeña comunidad muestra al mundo cómo vivir en armonía con la naturaleza
17 diciembre 2025

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Por Jonathan Caxun y Berny Fernando Ortega González, GLFx Costa Sur de Guatemala

Imagina una comunidad rodeada de vastas áreas verdes con árboles autóctonos, cultivos tradicionales y caminos de tierra que serpentean entre casas sencillas.

Así es el pueblo de Canoguitas, situado en el corazón de Nueva Concepción, cerca de la salvaje costa del Pacífico de Guatemala.

Situada a orillas del río Coyolate, el nombre de Canoguitas evoca una historia íntimamente ligada al agua.

“El nombre de Canoguitas proviene del hecho de que esta zona solía inundarse mucho y no había puentes para cruzar los ríos, por lo que la gente utilizaba canoas”, explica Nelson Yanes, líder comunitario y fundador de la Asociación de Agricultores y Protectores de las Orillas de los Ríos de Nueva Concepción (ASOBORDAS).

Esta comunidad ha trabajado para proteger su paisaje desde la presidencia de Jacobo Árbenz Guzmán, quien gobernó entre 1951 y 1954 y emprendió un importante programa de reforma agraria para redistribuir la tierra en beneficio de las personas sin tierra.

En Canoguitas, las mujeres ayudaron a repoblar el árbol Aspidosperma megalocarpum, conocido localmente como chichique o ceiba.

Durante la reforma agraria, su madera era conocida por ser pesada, dura y de textura fina y tenía una gran demanda para la construcción en Nueva Concepción.

Pero más allá de su uso como madera, este árbol también se utiliza en la medicina tradicional. Su corteza se utiliza para preparar infusiones que ayudan a aliviar la diabetes. Las mujeres han empezado a recolectar sus semillas y a replantarlas para asegurarse de que podrán seguir utilizando este árbol medicinal durante generaciones.

La comunidad no ve el bosque ribereño como un recurso externo, sino como una extensión de su propio ser.

“Nos sentimos profundamente conectados con la naturaleza porque hemos vivido entre los árboles”, dice Yanes.

Esta conexión se ha convertido en un compromiso activo con la protección de la tierra, especialmente después de que los residentes locales notaran una alarmante disminución de las especies nativas.

Lo que comenzó en 2010 como una respuesta a las inundaciones a lo largo del río Coyolate se ha convertido en un movimiento de conservación y reforestación que hoy en día caracteriza a la comunidad.

River restoration
Los miembros de la comunidad restauran la zona ribereña del río Mascalte. Foto: Jonathan Caxun

Las mujeres en el centro del cambio

En el centro de este esfuerzo de conservación se encuentra un grupo de 33 mujeres.

La vida de las mujeres está profundamente conectada con el entorno natural de la costa sur rural del país. Algunas mujeres trabajan en la agricultura, pero la mayoría se dedica al cuidado del hogar y, especialmente, a la crianza de los hijos.

En Canoguitas, mientras los hombres trabajan en la agricultura para mantener a sus familias, muchas mujeres dedican su tiempo libre a la conservación de los recursos naturales.

Se ocupan de la producción de plantas forestales en el vivero comunitario y, a pesar del acceso limitado a los servicios básicos, mantienen vivas sus tradiciones, sus conocimientos ancestrales y una visión esperanzadora de su territorio.

Canoguitas se caracteriza por los valores de unidad y fortaleza familiar. “Lo primero es la unidad, y eso se ve cuando se realiza una actividad: la gente se une para actuar”, explica Yanes.

Anabela Martínez Díaz y María Elena González Álvarez trabajan con sus hijos en el vivero.

“Enseñamos a nuestros hijos que si cortamos un árbol, tenemos que plantar dos o tres”, dice Martínez Díaz. “Ese es nuestro objetivo con nuestros hijos. Necesitan aprender no solo a cortar, sino también a plantar pequeños árboles para que haya más oxígeno para todos nosotros”.

Estas mujeres son recolectoras de semillas y supervisan constantemente la floración de especies como el preciado matilisguate (Tabebuia rosea), el conacaste (Enterolobium cyclocarpum), el palo blanco (Roseodendron donnell-smithii), el volador (Terminalia oblonga) y el rosul (Dalbergia spp.).

Una vez que los frutos están listos, comienzan a recolectarlos, a veces viajando a otras aldeas cuando las semillas escasean en la zona.

En el vivero, cada mujer es responsable de un semillero individual, lo que le permite cuidar sus plantas de forma personalizada. Riegan, deshierban, controlan las plagas y evalúan las semillas en germinación con dedicación.

También identifican las zonas degradadas para plantar sus árboles, priorizando las riberas del río Coyolate. Juntas han identificado especies como el chichique, el conacaste, el volador, el rosul, el puntero (Sickingia salvadorensis), el pumpo (Pachira aquatica), el sauce (Salix alba) y el lagarto (Zanthoxylum belizense), que ahora son difíciles de encontrar en la zona.

Su objetivo es recolectar semillas autóctonas, cultivarlas y replantarlas para preservar la diversidad autóctona.

El vivero comunitario de Canoguitas ha cultivado más de 4000 plantas forestales al año desde 2012. Estas se plantan dentro de la comunidad y se utilizan para la reforestación o se donan a comunidades vecinas, difundiendo la cultura de la conservación puerta a puerta.

Aquí, las mujeres, guardianas tradicionales del hogar y de la comunidad, actúan como guardianas del medio ambiente y líderes que promueven un cambio duradero. Al involucrar a sus hijos, se aseguran de que la cultura del cuidado del medio ambiente se transmita a la siguiente generación.

“Nosotras vemos [nuestro medio ambiente] como algo hermoso, importante y admirable, algo que debemos conservar”, afirma González Álvarez.

Seedbeds
La comunidad establece semilleros para la germinación de especies forestales autóctonas. Foto: Jonathan Caxun

Un ecosistema protegido mediante alianzas

Donde antes solo había el resplandor del sol, ahora hay un corredor biológico en recuperación, crucial para la conectividad ecológica a través de vastos paisajes agrícolas, que proporciona refugio y alimento a muchas especies de aves, especialmente las migratorias.

“Se pueden ver loros, periquitos y ardillas, cuando antes no se oía nada”, dice González Álvarez con entusiasmo.

A lo largo del río Coyolate, se han reforestado 16 hectáreas desde 2012, un logro monumental para una iniciativa de base.

Esto no solo ha creado el exuberante corredor biológico de Canoguitas, sino que también ha ayudado a protegerlo de las inundaciones cuando el río se desborda durante la temporada de lluvias. Un dique construido con el apoyo de la agroindustria, junto con el bosque ribereño que lo acompaña, ha protegido a la comunidad durante más de una década.

Este éxito no se ha logrado solo. Canoguitas es un modelo ejemplar de cooperación.

La asociación ASOBORDAS ha desempeñado un papel clave gracias al liderazgo de Yanes. El Instituto Privado de Investigación sobre el Cambio Climático (ICC) ha aportado conocimientos científicos y asesoría técnica, y el Global Landscapes Forum (GLF) también ha proporcionado financiación y apoyo a través de su red GLFx.

Las empresas agrícolas locales también han desempeñado un papel esencial al ofrecer apoyo financiero y logístico para la restauración de la cuenca hidrográfica.

“Aprovechemos el apoyo de las empresas agrícolas”, sugiere Yanes. “Tienen la visión de reconstruir lo que se ha perdido, y eso es clave”.

Nelson Yanes
Nelson Yanes se dirige a la comunidad. Foto: Jonathan Caxun

Canoguitas: un ejemplo a seguir para el mundo

Hoy en día, Canoguitas es un faro de esperanza y un ejemplo tangible de cómo una comunidad, guiada por una cultura medioambiental y el liderazgo de su gente, puede revertir la degradación y volver a tejer el manto verde de su ecosistema.

Aquí, la conservación no es un proyecto externo, sino un valor internalizado.

“La gente ya tiene ese sentido de ser guardianes de la naturaleza, es algo que llevan dentro”, afirma Yanes. “Han creado una identidad colectiva en torno al cuidado de su ‘casa común’”.

La colaboración entre sectores ha sido clave. La simbiosis virtuosa entre la comunidad, el sector privado y la ciencia es un modelo replicable para abordar las crisis medioambientales.

Yanes cree que Canoguitas envía un mensaje sencillo pero poderoso al mundo: “Los grupos o individuos pueden lograr cambios con recursos mínimos. Queremos que la gente reconozca que debemos trabajar para mejorar [nuestra labor de restauración] y dejar de destruir [nuestra tierra]”.

La visión de la comunidad va más allá de la plantación. Los habitantes de Canoguitas están reforzando la gestión científica de las semillas forestales, desde su fenología y recolección hasta su germinación. Están promoviendo una red cada vez mayor de viveros comunitarios autosuficientes y tendiendo puentes sólidos para nuevas alianzas público-privadas.

En un pequeño pueblo guatemalteco, un grupo de mujeres, con las manos en la tierra y la mirada puesta en el futuro, está demostrando que es posible restaurar nuestro planeta.

Nos recuerdan que todos formamos parte de este ecosistema y que, con unidad y acción, aún podemos sembrar la esperanza de un mundo más verde y más puro para todos.

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