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Esta historia es parte de la serie Bosques olvidados de Landscape News.
En la emblemática novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad (1967), un personaje que pierde noción de la realidad desaparece en lo que es descrito como “el manglar pantano del delirio”. La metáfora era obvia probablemente para García Márquez, quien creció entre manglares en el poblado lejano de Aracataca en Colombia y conocía bien la sensación de estar escondido en esas enredaderas trenzadas y lodosas del bosque.
En parte debido a su naturaleza misteriosa e inaccesible, los bosques de manglares en todo el mundo han sido históricamente menospreciados y tratados como tierras baldías, como áreas propicias para desarrollo de alto impacto (como tala o turismo), o transformados en empresas de acuicultura altamente contaminantes como los criaderos de camarones.
Cuando Daniel Murdiyarso, científico principal y especialista en manglares del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), se formó por primera vez como ecólogo, recuerda que “se nos enseñaba que los bosques de manglares eran ‘tierras marginales’. Por eso, ellos han sido marginados por muchos, muchos años”.
En la región colombiana de Sanquianga, ubicada en la costa del Pacífico y que está escasamente poblada, el desdén histórico por los manglares se ha extendido más allá de estos ecosistemas y afectado a quienes hacen uso de ellos: las mujeres –principalmente indígenas y afrocolombianas– quienes recolectan piangua (Anadara tuberculosa), una almeja pequeña y negra que vive en el lodo del manglar.
La piangua es un elemento básico y un referente cultural clave en la región. Los lugareños “tienen cientos de maneras para cocinarla”, cuenta Óscar Guevara, especialista sénior en adaptación al cambio climático de World Wildlife Fund (WWF) Colombia. “Se encuentra en casi todas las comidas todos los días”.
Sin embargo, las mujeres que las recolectan, las “piangüeras”, son a menudo estigmatizadas por su trabajo, a pesar que desempeñan un papel clave para dar a toda la comunidad un alimento nutritivo, económico y culturalmente importante.
De la misma manera, los bosques de manglares marginados en todo el mundo desempeñan silenciosamente servicios ecosistémicos cruciales que impactan beneficiosamente en el clima y los medios de subsistencia. Las raíces de estos árboles, enredadas y laberínticas, sirven como criaderos para una multitud de especies de peces y los bosques albergan mucha más biodiversidad de lo que se observa a simple vista. Los bosques de manglares de Sanquianga, por ejemplo, son el hogar de 11 tipos diferentes de manglares, de criaturas intrigantes como caimanes de anteojos (Caiman crocodilus), pecaríes de labios blancos (Tayassu pecari) y mapaches que se alimentan de cangrejos (Procyon cancrivorus), así como de numerosas especies bivalvas y una gran variedad de epífitas y plantas trepadoras, entre muchas otras formas de vida.
El lodo viscoso y salado en el que se asientan los manglares también es importante. Los árboles atrapan sedimentos de las corrientes de agua dulce, lo que mantiene limpia el agua de mar y crea una barrera entre la tierra y el océano –característica clave ya que el cambio climático provoca que el nivel de los océanos suba y que los patrones climáticos extremos consuman las costas en todo el mundo.
“Los manglares contribuyen mucho a la adaptación al cambio climático”, explica Murdiyarso, “porque cuando se plantan, la sedimentación ocurre muy rápidamente, lo que significa que la tierra se acumula velozmente y la tierra interior está protegida del aumento del nivel del mar”.
El lodo notorio del manglar también contribuye a la mitigación del cambio climático. Estos bosques se desempeñan mucho mejor de lo esperado con relación al secuestro de carbono pues almacenan más cantidad por unidad de superficie que cualquier otro ecosistema en el planeta. Los manglares pueden almacenar hasta 10 veces más carbono que los bosques terrestres, principalmente en el suelo.
Y aun así, el mundo está perdiendo vertiginosamente estos bosques, en gran parte olvidados. Al menos el 35 % de los manglares de todo el mundo se perdieron entre 1980 y 2000, y actualmente siguen desapareciendo en alrededor de 1 a 2 % por año. “Se siente como si solo estuviéramos corriendo y corriendo antes de que todo desaparezca y tratando de entender y proteger lo que queda”, lamenta Murdiyarso.
De regreso a la costa de Colombia, las comunidades locales están colaborando con el Gobierno y la sociedad civil para garantizar que su bosque valioso sea preservado y restaurado para las generaciones venideras. En ese lugar, los manglares, que se extienden por 2 927 kilómetros cuadrados y tienen árboles que se elevan a más de 40 metros, se encuentran en una mezcla de parque nacional y tierra privada, la mayoría de la cual es propiedad comunal de pueblos indígenas locales.
Debido a la baja densidad demográfica en la zona, indica Guevara, este bosque es uno de los mejores preservados de su tipo en el mundo. Pero, en años recientes, algunos locales y foráneos han comenzado a talar algunas secciones para plantar cultivos ilegales de coca y usar las vías fluviales densas y sinuosas para almacenar y transportar cocaína, mientras que otros han empezado a desmontar las tierras para realizar actividades mineras.
Este ha sido el impulso para que el WWF ponga un gran énfasis en la gobernanza y educación como parte de su trabajo en la región. “El desafío para lograr más conservación y manejo sostenible aquí tiene que ver con empoderar a la comunidad local”, señala Guevara.
Esto implica, entre otras cosas, ayudar a que las piangüeras se involucren más en la toma de decisiones en relación con el ambiente en el que trabajan, así como educar a los niños de la comunidad sobre el valor de los manglares y del proceso de restauración.
Las organizaciones también están sentando las bases para crear empleo en el futuro por medio del turismo basado en la naturaleza, lo que ha sido hecho notablemente en otras partes de Colombia. Por ejemplo, en la tierra de García Márquez, en la costa caribeña, los jóvenes tienen empleos como guías en paseos literarios y ecológicos en bote por los bosques de manglares que él llamo su hogar.
Al otro lado del Pacífico, en la región Siaton de la isla filipina de Negros, el turismo en los manglares también está despegando. Los videógrafos Justin Davey y Michael Du filmaron su experiencia en el lugar en 2019 y fueron guiados por Camille Rivera, responsable de participación comunitaria de la organización local sin fines de lucro Marine Conservation Philippines.
“No tuvimos que caminar en medio de mucho lodo pues ellos han construido este entablado allí para dar paseos a las personas, así que fue realmente lo mejor de ambos mundos”, cuenta Du. “Sí, fue muy húmedo, con muchos insectos zumbando alrededor”. Du espera que organizaciones comprometidas, bien conectadas y amigables con los jóvenes, como la de Rivera, continúen inspirando a más turistas a visitar los manglares –y a más jóvenes a buscar medios de vida sostenibles en y alrededor de estos ecosistemas importantes.
Hacer que los manglares sean más accesibles y apetecibles para el público ciertamente podría contribuir a impulsar su reconocimiento. Pero, para Murdiyarso, la naturaleza agreste propia de estos bosques es en realidad parte de su atractivo. “A muchas personas no les gusta trabajar ahí; no se trata exactamente de un lugar agradable para trabajar por el olor del lodo y los mosquitos”, refiere. “Pero la vegetación en estos ecosistemas es única y carismática. En este medio tan salino, frecuentemente frente a patrones climáticos desenfrenados, ella sobrevive. Definitivamente, hay algo especial en eso”.
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