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Cuando Haití aparece en los titulares internacionales, no suele ser por sus árboles.
El año pasado, la violencia de las pandillas acabó con la vida de más de 5.600 personas en el país caribeño. Más de un millón de personas, una décima parte de su población, se han visto obligadas a abandonar sus hogares.
Un experto de la ONU ha llegado a advertir que “la supervivencia de Haití está en juego” a medida que las pandillas refuerzan su control sobre la capital, Puerto Príncipe.
Pero mientras los medios de comunicación internacionales se han centrado en la espiral de violencia, otra crisis ha atenazado al país durante gran parte de su existencia: la deforestación.
Aunque la desaparición de los bosques pueda parecer trivial en comparación con los otros desafíos de Haití, se trata de un problema de gran alcance profundamente enraizado en la misma historia colonial que lo ha llevado a su crisis humanitaria actual.
Haití, país que ocupa la parte occidental de la isla caribeña de La Española, estuvo antaño cubierto casi por completo de bosques.
Según Global Forest Watch, estos bosques cubren actualmente sólo un tercio de la superficie del país, y desde 2002 se ha perdido más de un tercio de sus bosques primarios.
Cuando hay menos raíces de árboles en el suelo, éste es menos capaz de retener la humedad. Este suelo más suelto se erosiona más fácilmente con el viento y la lluvia, lo que puede desencadenar deslizamientos de tierra.
Esto es especialmente cierto en Haití, un país montañoso donde gran parte del suelo se asienta en terrenos muy inclinados.
A medida que la capa superficial del suelo se erosiona y se seca, se vuelve menos fértil, con menos humedad y menos nutrientes disponibles para los cultivos.
Como consecuencia, se talan más bosques para hacer sitio a los cultivos. El suelo se queda sin nutrientes y acaba erosionándose, lo que provoca más deforestación para la agricultura.
Este círculo vicioso ha sido devastador para un país en el que la agricultura emplea a casi la mitad de la población activa y aporta casi una quinta parte del PIB.
Una de las principales fuentes de deforestación en Haití es la recolección de leña y carbón vegetal. Esta industria es un salvavidas para muchos haitianos debido al elevado desempleo y a la escasez de otras fuentes de combustible.
La frontera entre Haití y la República Dominicana es visible incluso desde el espacio. Tal es la magnitud de la deforestación en el lado haitiano, mientras que el gobierno dominicano lleva mucho tiempo prohibiendo la recolección de carbón vegetal y subvencionando el gas propano como combustible para cocinar.
Con menos tierra vegetal y árboles que retengan la humedad, menos agua se filtra en el suelo para recargar los acuíferos subterráneos. Un estudio de 2016 señaló que las precipitaciones recargan menos las aguas subterráneas en Haití que cuando el país tenía más cubierta forestal.
Esta inminente escasez de agua se ve agudizada por la grave falta de plantas de tratamiento de agua en Haití: en 2020, sólo el 58% de la población tenía acceso a agua potable.
La Española fue tradicionalmente el hogar de los taínos, que llamaban a la isla Ayiti, que significa “tierra de las altas montañas”.
Pero todo cambió con la llegada de los colonizadores españoles en 1492. En pocas décadas, la mayor parte de la población taína había muerto a causa de las enfermedades y la esclavitud, y los españoles los declararon extintos hacia 1565.
En el siglo XVII, los franceses comenzaron a asentarse en la parte occidental de la isla, fundando una colonia a la que llamaron Saint-Domingue. Como para entonces la mayor parte de la población indígena había muerto, importaron un gran número de africanos esclavizados para trabajar en las plantaciones de monocultivos de azúcar, café, índigo y algodón.
“En aquella época, el gobierno francés trataba a Haití como una colonia extractivista, con la intención de extraer de ella todos los recursos que pudiera, y eso incluía obviamente la deforestación”, afirma Caitlyn Eberle, directora de investigación del Instituto de Medio Ambiente y Seguridad Humana de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU-EHS).
Los franceses arrasaron grandes extensiones de bosques para hacer sitio a estas plantaciones, así como para suministrar la madera necesaria para cocinar y refinar el azúcar. Este sistema hizo que la colonia fuera muy rentable y Saint-Domingue llegó a ser conocida como la “Perla de las Antillas”, ya que alimentaba la adicción al café y al azúcar de Europa.
Entonces, en 1789, estalló la Revolución Francesa. Inspirados por la nueva noción de que todos los hombres han sido creados iguales, los esclavos de Saint-Domingue se rebelaron y vencieron, logrando la independencia de Francia en 1804.
Haití se convirtió así en el primer país del mundo en liberarse de la esclavitud mediante un levantamiento, aunque a un precio considerable.
Los buques de guerra franceses regresaron en 1825 y obligaron a Haití a pagar 150 millones de francos franceses por concepto de indemnización. En otras palabras, los haitianos tuvieron que pagar a sus antiguos amos para asegurarse la libertad.
Esta deuda debía pagarse en cinco plazos anuales de 30 millones de francos cada uno, una cantidad seis veces superior a todos los ingresos del país en aquella época.
Haití se vio obligado a pedir dinero prestado a los banqueros franceses para hacer frente a sus pagos. Esto atrapó al joven país en un ciclo de deuda, pobreza e injerencia extranjera.
Según una investigación del New York Times, el reembolso de la deuda y los intereses ascendió finalmente a 112 millones de francos, por un valor de unos 560 millones de dólares a precios de 2022.
Sin esos reembolsos, Haití podría haber sido hoy 115.000 millones de dólares más rico, más de seis veces su PIB actual.
En cambio, fue incapaz de crear riqueza e invertir en su propio desarrollo. Esto provocó problemas de gobernanza, inestabilidad política y estancamiento económico.
En 1911, 2,53 USD de cada 3 USD recaudados en impuestos sobre el café, su fuente de ingresos más importante, se destinaban a reembolsar a Francia.
La deuda también se convirtió en un motor directo de la deforestación. Haití aumentó drásticamente la tala de árboles para generar los ingresos que necesitaba para hacer frente a los reembolsos, convirtiéndose en uno de los principales exportadores de caoba del mundo.
Como en muchos otros países, los problemas medioambientales de Haití no pueden separarse de la desigualdad socioeconómica y la agitación política.
Incluso después de la independencia, Haití conservó algunas de las marcadas divisiones que se habían establecido entre los esclavos y las élites plantadoras bajo el dominio colonial francés.
Por ejemplo, los valles se utilizaron para cultivar azúcar y las montañas para el café, a menudo destinado para la exportación, mientras que a los campesinos se les dejó cultivar sus alimentos en las laderas marginales.
El país, agobiado por la deuda, luchó contra la inestabilidad durante el primer siglo de su independencia. Entre 1845 y 1915, vio 22 gobiernos diferentes, 17 de los cuales fueron depuestos por golpes de Estado o revoluciones.
En 1914, soldados estadounidenses entraron en el Banco Nacional de Haití, se apoderaron de 500.000 dólares en reservas de oro –que hoy valen casi 16 millones de dólares– y las entregaron a un banco estadounidense para su “custodia”.
Al año siguiente, Estados Unidos invadió Haití y lo ocupó durante los 19 años siguientes. Durante este periodo, se hizo con el control total de las finanzas del país y canalizó su riqueza hacia Wall Street, dejando a su pueblo en una pobreza extrema.
Los recursos de Haití siguieron siendo saqueados bajo el mandato de François “Papa Doc” Duvalier, elegido presidente en 1957, pero convertido rápidamente en un autócrata. Duvalier ordenó talar los bosques a lo largo de la frontera con la República Dominicana para facilitar la vigilancia policial.
“Papa Doc” murió en 1971, dejando el poder a su hijo, Jean-Claude Duvalier, o “Baby Doc”, que gobernó hasta 1986. Además de asesinar a decenas de miles de haitianos, los Duvalier vaciaron las arcas del gobierno, malversando hasta el 80% de la ayuda al desarrollo que recibía.
Se cree que Baby Doc y sus aliados han robado alrededor de 500 millones de dólares del erario público haitiano durante sus 15 años de presidencia. Transparencia Internacional lo clasificó como el sexto dirigente mundial más corrupto de finales del siglo XX.
Todo esto significó que el gobierno estaba perpetuamente subfinanciado y carecía de capacidad para hacer cumplir la normativa y los códigos o responder a los desastres naturales.
Y así, los ecosistemas de Haití siguieron degradándose.
Los agricultores respondieron ampliando sus plantaciones para compensar el bajo rendimiento de los cultivos en suelos agotados. Aproximadamente la mitad de la superficie total de Haití se destina a la agricultura, pero sólo una sexta parte es realmente apta para ella.
“Se crea este ciclo de buscar siempre suelos más fértiles, degradarlos, hacer que se vuelvan infértiles y tener que buscar más”, dice Eberle.
En la década de 1990, Haití importaba grandes cantidades de arroz de Estados Unidos, lo que empobreció aún más a la población rural haitiana, que no podía competir con estas importaciones baratas ni con las donaciones de alimentos de la comunidad internacional.
Y como el país no podía permitirse importar suficiente combustible para mantener a todos sus ciudadanos, muchos haitianos recurrieron al carbón vegetal, fabricado talando más árboles.
Mientras tanto, la pobreza rural también ha impulsado la emigración masiva a las ciudades, que carecen de vivienda y empleo para mantenerlos. En 2015, el área metropolitana de Puerto Príncipe había crecido hasta albergar a 2,6 millones de personas, aproximadamente una cuarta parte de la población haitiana, con una planificación urbana desordenada y normas de construcción deficientes.
A las afueras de la superpoblada capital se produjo en 2010 un devastador terremoto de magnitud 7,0 que causó entre 85.000 y 316.000 muertos y dejó sin hogar a más de un millón de personas. Esto lo convirtió en el segundo terremoto más mortífero del siglo XXI.
Cuando otro terremoto sacudió Haití en 2021, provocó deslizamientos de tierra que destruyeron carreteras y arruinaron cosechas, además de cobrar otras 2.200 vidas. Los suelos degradados ya habían empujado a los agricultores de subsistencia a terrenos escarpados, haciéndolos más vulnerables a las catástrofes.
El país ha luchado por recuperarse de estas catástrofes. El sismo de 2021 causó daños y pérdidas económicas por valor de unos 1.500 millones de dólares, aproximadamente el 10% de su PIB. Esto se produjo apenas un mes después del asesinato del Presidente Jovenel Moïse, que sumió a Haití en la actual espiral de caos político e inseguridad.
Aunque los expertos dudan en establecer una conexión directa entre la degradación medioambiental y la crisis actual de Haití, creen que la deforestación ha exacerbado la pobreza, lo que a su vez ha empeorado la inestabilidad política y la violencia de las pandillas.
“No es un salto si pones la pobreza en la mezcla”, dice Lora Iannotti, profesora de la Universidad Washington en San Luis, fundadora y directora del Laboratorio de Nutrición E3 y directora de salud planetaria del Centro para el Medio Ambiente.
“A medida que la gente se empobrece, se desespera más y cae en estas pandillas. Hay desempleo. Todo eso ha exacerbado la violencia en el país”.
Muchos proyectos han trabajado para reforestar Haití y reducir su dependencia del carbón vegetal proponiendo fuentes de energía alternativas, como la fabricación de briquetas a partir de residuos agrícolas o la creación de biocombustibles.
Pero las raíces del problema son más profundas, sobre todo porque los haitianos de las zonas rurales siguen sumidos en la pobreza. Prohibir simplemente el combustible de madera sería profundamente injusto y probablemente ineficaz si no se ofrecen alternativas asequibles y más oportunidades de empleo.
Eberle afirma que muchos proyectos de conservación del suelo y reforestación en Haití han fracasado porque no han contado con la participación de la población local ni han tenido en cuenta sus necesidades, como qué especies de árboles plantar o el hecho de que muchos agricultores carecen de una tenencia formal de la tierra. Eberle recomienda que los proyectos trabajen con carboneros y agricultores para diseñar soluciones para la deforestación.
En 2021, un equipo de investigadores descubrió que muchos proyectos de restauración habían fracasado por falta de seguimiento y participación de los residentes locales a la hora de decidir qué árboles plantar.
Aunque casi todos los entrevistados talaban árboles para obtener carbón vegetal, la mayoría estaban dispuestos a cambiar a cocinas más limpias y dejar de utilizar carbón vegetal si el gobierno pagaba por adelantado al menos la mitad del coste de hacerlo.
Mathurin François, investigador de la Universidade Estadual de Santa Cruz y de la Universidad de Yuan Ze y coautor del estudio, cree que el gobierno haitiano debería ofrecer financiación para fuentes de energía sostenibles.
“Esto incluye el desarrollo de políticas de apoyo, la concesión de subvenciones o microfinanciación a los hogares de bajos ingresos y la inversión en infraestructuras para garantizar un acceso fiable a alternativas como el biogás y la energía solar”, afirma.
El Laboratorio de Nutrición E3 de Iannotti está poniendo en marcha un proyecto para obtener plantas autóctonas de los agricultores locales haitianos, como el árbol del pan, para incentivar a los agricultores a plantar más árboles.
Las prácticas taínas también pueden ser fuente de inspiración. Sus innovaciones incluyen el uso de huertos y montículos de conuco –parcelas con hileras de montículos de tierra rellenos de residuos vegetales para favorecer la aireación del suelo y evitar la erosión– donde se plantaban tubérculos.
Los expertos han subrayado que la clave para restaurar con éxito los ecosistemas será apoyar a las organizaciones dirigidas por haitianos y asociarse con las instituciones gubernamentales haitianas, en lugar de que las organizaciones internacionales diseñen y ejecuten los proyectos de arriba hacia abajo.
Al fin y al cabo, aunque los medios de comunicación internacionales tienden a presentar a los haitianos como víctimas indefensas del colonialismo, Iannotti cree que tienen la capacidad y la motivación necesarias para restaurar sus bosques y devolver la buena salud a los ecosistemas de su país.
“No seguiría trabajando allí durante casi tres décadas y media si no pensara que hay esperanza”, afirma.
“Haití tiene una cultura muy positiva y hermosa en muchos aspectos, así que sin duda hay lugar para la esperanza”.
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