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Los humedales pueden ser lugares difíciles para la gente.
Traicioneros para atravesar y peligrosos para construir, los humedales suelen asaltar nuestros oídos y nuestra piel con el zumbido de los mosquitos y nuestras narices con el olor del barro y la podredumbre.
Debido a la baja altura que los caracteriza, podemos deslizarnos por ellos durante horas sin llegar nunca a tener una buena vista.
Pero el mundo no está (todavía) totalmente orientado hacia el placer humano. Y las mismas características que hacen que los humedales nos resulten desagradables y/o poco interesantes, los convierten en lugares de un valor crucial para decenas de otras especies y para muchos procesos ecológicos clave.
Desliza hacia abajo para saber más sobre los distintos tipos de humedales, por qué son importantes, los retos a los que se enfrentan y las formas de protegerlos. Las medias empapadas y picaduras de mosquito son opcionales.
No existe un sistema universal para clasificar los humedales, lo que quizá no sorprenda por tratarse de ecosistemas fronterizos, es decir, los innumerables lugares del planeta donde confluyen el agua y la tierra.
Diferentes países y regiones también suelen tener diferentes sistemas de categorización, dependiendo de cómo se presentan los humedales en sus geografías y biomas particulares.
Te sorprenderá saber cuántos ecosistemas se incluyen en la categoría de “humedales”. Algunos tipos comunes son:
Los humedales hacen silenciosamente más de lo que la mayoría de nosotros creemos. Esto incluye actuar como los “riñones”de nuestros paisajes: filtrando nuestra agua dulce y eliminando todo tipo de contaminantes mediante complejos procesos físicos, biológicos y químicos.
También capturan y almacenan grandes cantidades de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, por lo que es especialmente importante preservarlos ante la crisis climática.
Los humedales continentales almacenan cerca del 30% del carbono orgánico del suelo mundial, a pesar de que sólo cubren el 6% de la superficie terrestre del planeta.
Los humedales también albergan una gran variedad de especies vegetales y animales.
Muchos son criaderos fundamentales para peces y otros animales acuáticos porque son ricos en nutrientes y están relativamente protegidos de grandes depredadores y aguas bravas. Esto los hace especialmente importantes para los medios de subsistencia costeros y la producción de mariscos.
Además, nos protegen de los fenómenos meteorológicos extremos, una tarea cada vez más importante en la era del cambio climático.
Los manglares protegen a las comunidades costeras contra las mareas de las tempestades y la subida del nivel del mar, mientras que los humedales continentales reducen el impacto de las inundaciones almacenando y liberando lentamente las aguas superficiales.
Más allá de todas estas razones prácticas, los humedales importan por sí mismos. Aún más, son culturalmente importantes para muchas sociedades de todo el mundo, a menudo como lugares rituales y de peregrinación venerados tanto por su fertilidad como por su misterio.
Con tanto que aprender todavía sobre lo que ocurre en estos ecosistemas diversos y dinámicos, la tarea es clara para mantener a salvo los humedales que nos quedan y para seguir visitándolos, investigándolos y apreciándolos.
Por desgracia, gran parte de la ambivalencia y la incomprensión de la humanidad hacia los humedales se manifiesta en la forma en que los tratamos.
Los humedales están desapareciendo tres veces más rápido que los bosques, lo que les ha valido el dudoso honor de ser el ecosistema más amenazado de la Tierra.
Entre 1970 y 2015, el 35% de la superficie mundial de humedales desapareció debido al secamiento para pastos, las inundaciones para criaderos de camarones y el vertido de arena y cemento para el desarrollo y el turismo costero.
Muchos de nuestros humedales también están contaminados por los desagües agrícolas e industriales, así como por las aguas residuales humanas.
Hasta cierto punto, los humedales pueden absorber y almacenar estos contaminantes y mantenerlos alejados de otros ecosistemas acuáticos y de la cadena alimenticia humana durante cientos o incluso miles de años.
Pero cuando se secan, estas “bóvedas pantanosas” se vuelven vulnerables a los incendios forestales, que pueden liberar esas toxinas ―además de grandes cantidades de gases de efecto invernadero― al resto del mundo.
Ese peligroso secamiento puede producirse como resultado de la actividad humana deliberada (principalmente el drenaje para otros usos de la tierra y la extracción de agua para utilizarla en otros lugares), o debido a la crisis climática, que está alterando los patrones de precipitación, las tasas de evapotranspiración, el deshielo, la infiltración del agua en el suelo y mucho más.
Se prevé, por ejemplo, que el calentamiento global reducirá algunos humedales interiores de Norteamérica hasta un 50% en el próximo medio siglo.
Las especies invasoras suponen otra amenaza constante para los ecosistemas de humedales.
Por ejemplo, el jacinto de agua (Pontederia crassipes), originario de Sudamérica, se ha introducido en todo el mundo por sus bonitas flores moradas. Ahora se considera la planta acuática más invasora del mundo.
Forma densas alfombras que pueden cubrir lagos y ríos enteros, desplazando la vida vegetal y animal local, reduciendo la calidad del agua e impidiendo que la gente navegue y nade, algo especialmente grave en los lugares más remotos, donde las embarcaciones son el principal medio de transporte.
Como de costumbre, el planteamiento más barato y eficaz para mantener ecosistemas importantes es proteger los que aún están intactos.
Los acuerdos internacionales son una forma de impulsar la concientización y el compromiso con la protección de los humedales existentes a escala nacional y mundial.
Esto incluye la Convención de Ramsar sobre los Humedales, que celebrará su Conferencia de las Partes (COP15) a finales de este mes con las famosas cataratas Victoria (Zimbabue) como telón de fondo.
Firmada en 1971, la Convención de Ramsar fue el primer gran acuerdo medioambiental mundial y sigue siendo el único centrado exclusivamente en un ecosistema específico.
Aunque no tiene ningún mecanismo de aplicación, ha llevado a la designación de más de 2.500 Humedales de Importancia Internacional en más de 2,5 millones de kilómetros cuadrados en todo el mundo.
Los países firmantes se han comprometido a mantener las características ecológicas de estos parajes, garantizando al mismo tiempo un “uso racional” por parte de las comunidades locales y regionales.
A medida que la ciencia revela el increíble poder de los humedales para almacenar carbono, estos también están cada vez más en el punto de mira de los responsables políticos que buscan reducir las emisiones para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París.
Por ejemplo, las menciones de humedales en las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC) se duplicaron entre 2020 y 2022. Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer.
Las turberas, por ejemplo, quedaron muy poco representadas: de todos los países de los que se sabe que tienen turberas, sólo el 13% las incluyó en sus NDC de ese año.
Mientras los países se preparan para presentar su próxima ronda de NDC a finales de este año, los defensores de los humedales presionan para que estos ecosistemas se incluyan de una forma más acorde con su valor.
Sin embargo, cualquier acuerdo internacional es tan bueno como la acción que inspira y refleja sobre el terreno.
Otro paso fundamental es facilitar la gestión comunitaria de las zonas de humedales. Esto requiere colaboración, tenencia clara de la tierra, prácticas de seguimiento accesibles, el reconocimiento de los conocimientos indígenas y la inclusión de los grupos marginados que más suelen depender de estos ecosistemas.
Dado que muchos de nuestros humedales ya han sido destruidos, la restauración también es clave.
Esto puede adoptar muchas formas: rehumedecer turberas desecadas, repoblar ríos dándoles espacio para fluir y desbordarse, eliminar especies invasoras y reforestar manglares degradados, o crear las condiciones hidrológicas, sedimentarias y del suelo adecuadas para que vuelvan a crecer de forma natural.
En muchas partes del mundo, la gente también está creando humedales que antes no existían, por ejemplo, para aprovechar su capacidad de filtración de agua para reducir el desagüe de nitratos de las granjas lecheras, o para succionar las aguas de lluvia en zonas urbanas para evitar daños por inundaciones.
Si has llegado hasta aquí, esperamos que ya hayas entendido mejor el valor de los humedales a escala planetaria. Pero, ¿qué puede significar eso para tu vida cotidiana?
Un buen primer paso es averiguar en qué cuenca vives (todos vivimos en una) y dónde podrían haber estado sus humedales más cercanos, si es que ahora no están. (Si estás en EE.UU., el Inventario Nacional de Humedales puede serte útil).
Fíjate bien: estos paisajes de bajo perfil son muy fáciles de pasar por alto, incluso, me avergüenza admitirlo, para los entusiastas profesionales de la naturaleza como yo.
Llevaba años escribiendo sobre las turberas (un tipo de humedal) antes de darme cuenta de que había pasado en coche por delante de algunas de las turberas más grandes y ricas en carbono de Aotearoa (Nueva Zelanda) sin darme cuenta.
Una vez hayas localizado los humedales, quizá puedas encontrar formas de ayudar a protegerlos y restaurarlos, como recoger basura, eliminar especies invasoras y plantar especies nativas.
Para mí, esto significa arrancar las zarzamoras invasoras y plantar un lino autóctono llamado harakeke (Phormium tenax) a la hora del almuerzo.
A veces mis botas de goma se atascan en el barro. A menudo me arañan las ramas y me pican los mosquitos. Siempre salgo sintiéndome más clara y conectada.
Al fin y al cabo, como señala el escritor de naturaleza Robert Macfarlane en una conversación sobre su nuevo libro sobre ríos: “Nunca estamos con los pies secos en la orilla. Nunca estamos de pie mirando cómo pasa la corriente, ni siquiera con un cuaderno en la mano”.
Nuestro propio cuerpo es líquido en su mayor parte y siempre fluye; sin duda es más un pantano que un bosque seco. Redescubrir los movimientos y las relaciones del agua y la tierra que nos rodean quizá sea también encontrar algo olvidado de nosotros mismos.
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