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Con seis biomas, los ecosistemas brasileños son mucho más que la Amazonía.
Uno de estos biomas es una región semiárida del nordeste de Brasil conocida como la Caatinga, el mayor bosque tropical seco de Sudamérica y uno de los ecosistemas de tierras secas más importantes del mundo.
Hogar de unos 27 millones de personas, aproximadamente el 12% de la población brasileña, la Caatinga es la región semiárida más densamente poblada del mundo. También alberga una notable diversidad de vida vegetal, con unas 123 familias botánicas conocidas.
Pero ya se ha talado más del 40% de la Caatinga, lo que supone 34 millones de sus 82,6 millones de hectáreas originales.
El bioma también corre un grave riesgo de desertificación: El 62% de las áreas susceptibles de desertificación en Brasil se encuentran en zonas originalmente ocupadas por la Caatinga.
Este proceso se ve acelerado por factores como el uso insostenible de la tierra, la sobreexplotación de los recursos hídricos, la deforestación y la crisis climática.
La Amazonía suele eclipsar a los demás biomas de Brasil en el imaginario público, especialmente ahora que se prepara para acoger la COP30 en Belém.
En Brasil, la Caatinga suele estereotiparse como un terreno baldío y estéril carente de biodiversidad. Esta percepción ha obstaculizado los esfuerzos de conservación.
La realidad, sin embargo, no podría ser más distinta: la Caatinga alberga miles de especies vegetales y animales, muchas de ellas endémicas.
“La Caatinga es el único bioma exclusivamente brasileño”, afirma Marília Nascimento, responsable de programas socioambientales de la Associação Caatinga. “Tiene una biodiversidad que no existe en ningún otro lugar, por lo que la responsabilidad de protegerla recae en Brasil”.
Algunos estudios sugieren incluso que la Caatinga tiene el potencial de capturar más carbono que otros biomas brasileños.
“La falta de conocimiento y esta historia de abandono, que ha creado una visión estereotipada del bioma, es uno de los primeros factores que tenemos que abordar”, afirma Nascimento.
“Como históricamente se ha enseñado a la gente que la Caatinga es tierra seca, vacas muertas y mujeres que llevan cubos de agua en la cabeza, ¿qué motivación hay para proteger un entorno así?”, plantea.
Nascimento recuerda que la sequía es la norma en la Caatinga. Hoy se discute cada vez más sobre las formas de coexistir con su aridez, lo que requiere innovación y tecnología.
“La escasez de agua ha empeorado debido al cambio climático, por lo que se necesitan estrategias para aumentar su disponibilidad”, afirma.
Rafael Giovanelli, investigador del Instituto Escolhas, cree que es importante poner de relieve la importancia medioambiental, económica, social y cultural de la Caatinga.
“Es un bioma muy resistente que puede enseñarnos mucho en la era de la emergencia climática”, afirma.
Para Giovanelli, preservar la Caatinga es también una forma crucial de abordar la pérdida de biodiversidad, una cuestión a la que, en su opinión, se presta menos atención en todo el mundo que a la crisis climática.
Los registros muestran que la Caatinga ha sufrido graves sequías desde el siglo XIX. La llamada Gran Sequía de 1877-79 provocó una hambruna que mató a cientos de miles de personas en el estado de Ceará. Esto devastó la flora y la fauna de la región y provocó un éxodo de nordestinos a otros estados.
La Caatinga sufre ahora una desertificación que se ha intensificado y acelerado debido a la crisis climática, lo que ha provocado una disminución del 40% de las aguas superficiales.
El municipio de Chorrochó, en Bahía, por ejemplo, ya ha pasado de semiárido a árido y ahora experimenta un clima desértico.
“Si hoy hablamos de éxodo climático y de emigrantes climáticos, es algo que ya ha ocurrido en la Caatinga desde el siglo XIX”, señala Giovanelli.
“Ahora, podríamos asistir a una nueva oleada, quizá aún más grave”.
Tres de los seis biomas de Brasil están reconocidos en la Constitución del país como parte de su patrimonio nacional.
La Caatinga está notablemente ausente, al igual que el Cerrado.
Associação Caatinga lleva trabajando para añadir estos dos biomas a la Constitución desde 2010.
Nascimento explica que la campaña se ha topado con muchos obstáculos debido a su inclusión del Cerrado, que está muy en el punto de mira del agronegocio.
“Convertirlos en patrimonio nacional en la Constitución sería una forma de legitimarlos y atraer más inversiones y [atención] política”, explica. “Tendría un efecto simbólico, pero también orientaría eficazmente los recursos”.
Más allá de eso, Giovanelli señala la importancia de lograr la deforestación cero y restaurar las zonas ya deforestadas.
“Tenemos un estudio que muestra que 1 millón de los 12 millones de hectáreas que Brasil se ha comprometido a restaurar a través de sus NDC [contribuciones determinadas a nivel nacional en el marco del Acuerdo de París] está en el nordeste de Brasil, especialmente en la Caatinga”, afirma.
“Pero hasta ahora no se ha hecho prácticamente nada”.
El Instituto Escolhas sugiere que la restauración comience en los asentamientos fundados mediante la reforma agraria, donde ya se ha definido la tenencia de la tierra. El Código Forestal brasileño también permite realizar trabajos de restauración mediante la agrosilvicultura.
“Es esencial invertir en [restauración]; debería ser una prioridad en la política estatal, porque sólo así podremos atajar la desertificación y el problema del desempleo y la falta de ingresos de la población”, explica Giovanelli.
Según un estudio realizado en 2024 por el Instituto Escolhas, esto podría generar 465.000 puestos de trabajo y eliminar 702 millones de toneladas de CO2 de la atmósfera.
El Banco do Nordeste, un banco de desarrollo regional, ha lanzado recientemente un fondo de 15 millones de BRL (2,8 millones de USD) para apoyar proyectos de restauración en la Caatinga.
Sin embargo, esta cantidad es sólo una ínfima fracción de los 15.100 millones de BRL necesarios según el Instituto Escolhas.
“Si no hay inversiones públicas a gran escala, no podremos restaurar la Caatinga”, advierte Giovanelli.
“Estas iniciativas son muy recientes”, añade. “El monitoreo por satélite de la deforestación en la Amazonía se viene realizando desde hace muchos años. El seguimiento en la Caatinga [sólo] comenzó en 2024. Se ha tardado demasiado en observar adecuadamente el bioma”.
Tampoco hay garantías de que estas políticas se mantengan a largo plazo, según ha admitido el gobierno brasileño. De ahí la importancia de reforzar las iniciativas mediante la planificación participativa y el apoyo a las instituciones locales.
“Tenemos la estrategia de que los proyectos se planifiquen durante su ejecución con el compromiso de formar a las personas y fortalecer las instituciones y las políticas”, afirma Carlos Eduardo Marinelli, jefe de gabinete y supervisor de proyectos de la Secretaría de Biodiversidad del Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático.
“Nos centramos en integrar, potenciar las sinergias y prestar apoyo, lo que reduce el riesgo de discontinuidad”, explica.
Este año, el Gobierno brasileño ha puesto en marcha varias iniciativas nuevas para contener la desertificación, entre ellas la creación de nuevas zonas protegidas y una inversión de 90 millones de BRL (16,6 millones de USD).
Una de estas iniciativas, Conecta Caatinga, pretende promover la conservación, apoyar la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo y luchar contra la desertificación mejorando la conectividad entre la vegetación, las personas y el agua en todas las áreas protegidas del bioma.
Está previsto que el proyecto comience en el segundo semestre de este año y se prolongue durante cinco más, financiado en parte por un aporte de 6 millones de dólares del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM).
La otra iniciativa, denominada Arca, se llevará a cabo en nueve unidades de conservación a escala federal y estatal, con una financiación de 9,8 millones de dólares (53,2 millones de BRL) procedentes del Fondo Marco Mundial para la Biodiversidad.
“No hay precedentes en la historia de un volumen tan grande de recursos financieros destinados a la conservación de la biodiversidad en el bioma de la Caatinga por parte del Gobierno brasileño”, afirma Marinelli.
En conjunto, se espera que estos proyectos afecten a una superficie de 8 millones de hectáreas, mitiguen 4 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono y beneficien directamente a 20.000 personas.
Aun así, serán necesarias alianzas internacionales para garantizar nuevas inversiones en el bioma. Para ello, Marinelli cree que el gran tamaño de la Caatinga puede ser un importante argumento de venta: “Podrían caber tres Alemanias en la Caatinga”.
Marinelli ha observado que los líderes mundiales están tomando conciencia de la importancia de otros biomas más allá de los grandes bosques mundiales, como la Amazonía, la cuenca del Congo y las selvas tropicales del sudeste asiático.
“Si sólo nos centramos en ellos, estaremos infrautilizando el potencial de mitigación del cambio climático que presentan otros proyectos”, explica.
Sobre el terreno, varios proyectos ya están cambiando la vida de miles de agricultores que viven en y con el bioma: desde sistemas agroforestales hasta meliponicultura.
Maria Geane Magalhães es una agricultora de 31 años que fue Restoration Steward del GLF en 2024.
Vive con su familia en São Lourenço do Piauí, en el estado de Piauí, donde los cultivos de secano han sido intensivos durante muchos años. Esto dejó la tierra erosionada, degradada y ya no es productiva.
En 2015-16, comenzaron a plantar los primeros plantones de un sistema agroforestal y a restaurar la zona degradada, empezando por media hectárea.
“Durante el proceso, soñábamos con que sería posible restaurar más zonas dentro de nuestra propiedad”, afirma.
En la actualidad, la propiedad ocupa cuatro hectáreas, de las cuales 2,5 están en proceso de restauración, e incluye un vivero nuevo y mejorado, posible gracias a las subvenciones concedidas en el marco del programa Restoration Stewards.
La Associação Caatinga lleva ejecutando el proyecto No Clima da Caatinga (En el clima de la Ca atinga) desde 2011, cuyo objetivo es proporcionar agua a los agricultores y ayudarles a generar ingresos extra mediante la meliponicultura (apicultura sin aguijón).
Nascimento explica que la apicultura es una parte vital de la conservación de los bosques: “Donde hay bosque, hay abejas, y donde hay abejas, el bosque se mantiene”.
Las abejas sin aguijón son responsables de la polinización del 30% de las especies de Caatinga. La jandaíra es tan importante para la cultura local que se la conoce como la Reina del Sertão, pero también está amenazada por la crisis climática.
El proyecto ya ha distribuido 311 colonias de abejas jandaíra [Melipona interrupta] y formado a 357 personas.
Uno de los agricultores implicados es Francisco Ferreira Sousa, conocido como Nacélio. Residente en la comunidad de Santana, distrito de Crateús, en el interior de Ceará, gestiona actualmente 17 colmenas de jandaíra.
Sousa cuenta que empezó a producir miel en 2014 tras una visita de la Associação Caatinga a su comunidad, en la que viven unas 400 familias.
Reconoce la importancia de trabajar con las abejas jandaíra: “Antes había muchas abejas aquí, y ahora su número está disminuyendo. Si no fuera por estas colmenas, sería difícil encontrarlas”, afirma.
“Cuando mis hijas tengan hijos, quizá la abeja jandaíra ya ni exista”.
Sousa nunca había trabajado como apicultor. Ha dedicado la mayor parte de su carrera a la jardinería y la ganadería, actividades que aún mantiene con su esposa, Margarete Vieira Sousa.
Ahora, la miel proporciona ingresos extra para cubrir los gastos de la familia, junto con su trabajo extra como cartero, recogiendo y repartiendo el correo por toda la comunidad dos veces por semana.
En los últimos años, Vieira ha notado que las lluvias, que ya eran irregulares de por sí, se han vuelto aún más escasas.
“En nuestra zona no llovió el invierno pasado [la temporada de lluvias]”, recuerda. “En algunas partes de nuestra comunidad se perdió más del 80% de los cultivos”.
Magalhães ha vivido experiencias similares: en 2024, la propiedad de su familia registró sólo 249 mm de precipitaciones, frente a una media de 600 mm. Esto acabó con muchas plántulas y les obligó a replantar una zona.
“La irregularidad de las lluvias dificulta la planificación”, reconoce, “pero queremos demostrar a la gente que es posible recuperar tierras en la región semiárida con sistemas agroforestales”.
“Es posible producir alimentos y preservar el medio ambiente”.
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