Foto: Winston Chen, Unsplash

La minería de fosfato arruinó Nauru. ¿Podrá volver a encontrar su camino?

Una pequeña isla del Pacífico se enfrenta a la pérdida de su único recurso
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Imagina ser uno de los países más ricos del mundo, pero amasar toda esa riqueza explotando un único recurso que pronto se agotará.

Ese era el dilema al que se enfrentaba Nauru, una nación insular del Pacífico, en la década de 1970.

El país, que llegó a ser el mayor productor mundial de fosfato, no tardó en caer en desgracia, ya que sus reservas de fosfato se agotaron a principios de siglo, dejando un rastro de devastación medioambiental y un paisaje desnudo tras décadas de explotación minera.

Ahora, a merced de la subida del nivel del mar y sin otros medios de vida, Nauru apuesta por la minería de aguas profundas, acoge a solicitantes de asilo en nombre de Australia y vende la ciudadanía a extranjeros en un intento desesperado por recaudar fondos.

Pero, ¿cómo ha llegado Nauru hasta aquí? ¿Pueden ser sus luchas un ejemplo para toda la humanidad?

Misionero en Nauru
Los nauruanos reciben a un misionero en 1916 o 1917. Foto: TJ McMahon vía Wikimedia Commons

Breve historia de la extracción de fosfatos en Nauru

Exuberante vegetación, palmeras y playas de arena blanca: así recibió Nauru a los primeros visitantes europeos, que la bautizaron “Isla Agradable” cuando la descubrieron en 1798.

Situado en el suroeste del océano Pacífico y al nordeste de Australia, Nauru era un lugar tan remoto que sólo vio un puñado de colonos europeos hasta que llegaron los colonizadores alemanes en la década de 1880.

Con sólo 21 kilómetros cuadrados, Nauru es hoy el tercer país más pequeño del mundo, con pocos recursos naturales, salvo sus antaño vastas reservas de fosfato, un ingrediente clave de los fertilizantes agrícolas.

En 1905, una empresa británica llegó a un acuerdo con Alemania para empezar a extraer estos recursos. Para principios de los años 1920, la isla exportaba unas 200.000 toneladas de fosfato al año a precios muy inferiores a los del mercado para subvencionar a los agricultores del Norte Global.

Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, Nauru pasó a ser administrado conjuntamente por Australia, Nueva Zelanda y el Reino Unido bajo el mandato de la Sociedad de Naciones.

Luego, durante la II Guerra Mundial, Nauru sufrió una breve pero brutal ocupación japonesa hasta que fue “devuelta” a esos tres países bajo un fideicomiso de la ONU administrado por Australia, y se reanudó la extracción de fosfato.

Con la independencia en 1968, los nauruanos tomaron por fin el control de sus propios recursos, que siguieron explotando ―al fin y al cabo, el fosfato era su única fuente de ingresos.

Con la subida de los precios del fosfato en la década de 1970, el joven país alcanzó un PIB per cápita de 50.000 dólares en 1975, lo que lo convirtió en el segundo país más rico del mundo después de Arabia Saudí.

Pero la minería también dejó la otrora agradable isla convertida en un árido “paisaje lunar“, con sus suelos muy degradados y su población confinada a un estrecho anillo de tierra a lo largo de la costa, que se erosiona rápidamente.

En 1989, Nauru demandó a Australia ante el Tribunal Internacional de Justicia por los daños causados por la extracción de fosfato antes de su independencia, y acabó resolviendo el caso extrajudicialmente en 1993.

Para principios de la década de los 2000, las reservas de fosfato del país estaban prácticamente agotadas.

Vista aérea de Nauru
Vista aérea de Nauru tomada en 2002, que muestra la degradación generalizada de sus ecosistemas. Imagen cortesía de las instalaciones de Medición de la Radiación Atmosférica (ARM) del Departamento de Energía de EE.UU., vía Flickr.

Paraíso perdido: Nauru hoy

Hoy, el país se enfrenta a multitud de retos, como graves crisis medioambientales y sanitarias, el colapso económico y la pérdida de su identidad cultural.

“Nauru y sus pequeñas naciones vecinas están atrapadas en un persistente ciclo de pobreza y dependencia de la ayuda externa“, afirma Baiq Wardhani, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Airlangga de Surabaya (Indonesia).

En su investigación, Wardhani sostiene que el colonialismo privó a los nauruanos de los placeres de la vida, ya que sus tierras fueron excesivamente explotadas durante casi un siglo.

“La crisis medioambiental de la ecología de las colonias es consecuencia del colonialismo”, escribe, señalando que los colonizadores suelen beneficiarse de los recursos naturales que se extraen, mientras que los colonizados son explotados y se les deja cargar con los costos.

Tras casi 60 años de independencia, Nauru sigue dependiendo en gran medida de la ayuda al desarrollo, sobre todo de Australia, para sobrevivir.

Esta dependencia puede considerarse una nueva forma de colonialismo, ya que permite a los países donantes ricos ampliar su influencia sobre los países receptores menos ricos.

“Esta dinámica no sólo perjudica a Nauru, sino que presiona a los países cercanos, [incluido] su antiguo colonizador, que ahora comparte la responsabilidad del desafío de la región”, añade Wardhani.

Paseo por la diabetes y la forma física
Nauruanos participan en una marcha contra la diabetes y por la buena forma física en 2007. Foto: Lorrie Graham/AusAID vía Wikimedia Commons

Gastrocolonización: Cómo Nauru perdió su cocina

Los nauruanos se vieron obligados a realizar cambios drásticos en su estilo de vida a medida que la minería de fosfato dañaba su medio ambiente. Esto era inevitable, ya que su cultura dependía en gran medida de la naturaleza.

Tras perder sus fuentes tradicionales de alimentos basadas en el marisco, los tubérculos, las verduras y las frutas, recurrieron a la importación de alimentos procesados como carnes enlatadas, fideos instantáneos y refrescos.

“Aunque Nauru es políticamente independiente, sigue experimentando la influencia colonial en nuevas formas”, afirma Wardhani, quien añade que, en lugar del control manifiesto a través de la fuerza, el colonialismo moderno opera sutilmente a través de la ayuda exterior, los sistemas comerciales y, especialmente, los alimentos.

“[La isla] ejemplifica el gastrocolonialismo, un tipo de dominación cultural y simbólica especialmente insidiosa porque pasa desapercibida para los afectados”.

Este cambio hacia dietas hipercalóricas y poco nutritivas ha convertido a Nauru en uno de los países más obesos del mundo.

Según el Observatorio Mundial de la Obesidad, Nauru ocupa el segundo lugar mundial en obesidad, con una tasa del 69%. Esto ha contribuido a enfermedades como la hipertensión y la diabetes, que han limitado la esperanza de vida del país a 62 años.

Wardhani cree que estas enfermedades crónicas generalizadas son “consecuencia directa de la degradación medioambiental”.

Pináculos dentados de piedra caliza marcan las cicatrices de décadas de extracción de fosfato en la isla. Foto: Vladimir Lysenko, Wikimedia Commons

La maldición de los recursos

El descenso de Nauru de la opulencia a la pobreza y la degradación suele citarse como ejemplo paradigmático de la llamada maldición de los recursos, fenómeno por el cual los países ricos en recursos naturales no suelen aprovecharlos al máximo.

Tras la independencia, las élites de Nauru dilapidaron la riqueza mineral del país gastándola en cosas como coches deportivos y vuelos chárter, en lugar de invertirla.

Y cuando el fosfato empezó a agotarse, el gobierno de Nauru apostó por algunos planes cuestionables legal y financieramente para ganar dinero.

Un ejemplo notorio fue un musical sobre Leonardo da Vinci que fracasó, perdiendo el equivalente a 7 millones de dólares australianos (4,6 millones de dólares estadounidenses) en la actualidad.

Nauru también se dedicó a la banca extraterritorial, haciéndose famoso por la evasión fiscal y el blanqueo de dinero, y empezó a vender la ciudadanía a extranjeros, incluidos miembros de la mafia rusa y de Al Qaeda, antes de verse obligado a sanear su actuación debido a las sanciones de Estados Unidos en la década de 2000.

A principios de este año, el país reabrió su programa de “pasaporte dorado ” con controles más estrictos para recaudar fondos destinados a reubicar a sus residentes afectados por la subida del nivel del mar.

“La decisión de Nauru de vender la ciudadanía pone de manifiesto su profunda penuria económica”, afirma Wardhani.

“Como estrategia para hacer frente a la pobreza severa y abordar los retos relacionados con el clima, esto ofrece un alivio a corto plazo, pero no es un camino sostenible”.

Igualmente controvertido es el hecho de que Nauru albergue un centro de detención para personas que solicitan asilo en Australia, que ha sido ampliamente condenado por sus condiciones inhumanas.

En enero, el Comité de Derechos Humanos de la ONU dictaminó que Australia es responsable de sus solicitantes de asilo. Pidió al país que pagara indemnizaciones por violar sus derechos humanos y que revisara sus políticas para cumplir sus obligaciones internacionales.

Por otra parte, en agosto, Nauru firmó un acuerdo por valor de 408 millones de dólares australianos (269 millones de dólares estadounidenses) para acoger en Australia a cientos de inmigrantes en situación irregular que no pueden ser deportados a sus países de origen.

Y con sus recursos en tierra agotados, Nauru está recurriendo a la extracción de minerales del fondo del océano, aprovechando una laguna legal respaldada por Estados Unidos que corre el riesgo de incumplir el derecho internacional y causar más daños a sus ecosistemas.

El pequeño país corre ahora el riesgo de convertirse en una zona de sacrificio verde, pagando el precio ecológico de la transición energética mundial.

Eviscerar el pescado
Los lugareños destripan el pescado recién capturado. Foto: Sean Kelleher, Flickr

¿Puede Nauru superar su trauma ecológico?

Resultar difícil imaginar que Nauru pueda volver a ser el paraíso que fue, pero algunos lugareños mantienen la esperanza de volver a una senda en la que prosperen el medio ambiente, la comunidad y la economía.

Nauru Restoration Generation es un proyecto que tiene como objetivo revitalizar la parte superior de la isla, donde se extrajo la mayor parte del fosfato, mediante un uso más inteligente del suelo y la protección de la vida silvestre.

Su labor incluye la realización de consultas sobre planificación del uso de la tierra en las comunidades locales, la formación de agricultores en prácticas de gestión sostenible de la tierra y la participación de los ciudadanos en la plantación de árboles.

Mientras tanto, el gobierno de Nauru está buscando financiación del Fondo Verde para el Clima para reubicar a las comunidades costeras vulnerables tierra adentro debido a la subida del nivel del mar.

La historia de la isla nos recuerda lo frágil que puede ser la naturaleza cuando se la lleva más allá de sus límites, y que su destino depende de las decisiones que tomemos hoy.

Las soluciones rápidas pueden ofrecer un alivio temporal, pero sin una planificación adecuada a largo plazo pueden causar daños duraderos.

“La historia de Nauru revela que la auténtica prosperidad no se define únicamente por la riqueza financiera”, afirma Wardhani.

“Depende del bienestar del medio ambiente, la unidad de su pueblo y la preservación de la identidad cultural”.

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