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Por Sydner Kemunto, 2025 Dryland Restoration Steward
Kaani es un paisaje rural del centro-este de Kenia, caracterizado por tierras áridas abiertas y granjas dispersas.
La tierra se extiende por suaves laderas, con manchas de acacias y tierras de labranza que se vuelven marrón polvoriento en la estación seca y brevemente verdes tras las cortas lluvias.
La mayoría de los hogares dependen de la agricultura para alimentarse y obtener ingresos cultivando maíz, fríjol caupí, gandules y yuca en pequeñas parcelas, además de cuidar ganado como cabras y pollos.
Pero lo que realmente nos sostiene es cómo compartimos el conocimiento de nuestras tierras.
Cuando se trata de restaurar la tierra, los conocimientos científicos suelen considerarse la fuente de todas las soluciones. Los datos, las mediciones y los modelos se presentan a menudo como la base para la acción.
Sin embargo, estos sistemas son limitados cuando se aplican a ecosistemas como Kaani. Pueden pasar por alto las circunstancias locales, responder con demasiada lentitud a los retos inmediatos y no captar las dimensiones sociales y culturales de la resiliencia, que son esenciales para la supervivencia en las zonas áridas.
La restauración no puede depender únicamente de los conocimientos científicos.
A medida que los suelos se degradan cada vez más y los regímenes de lluvias son más impredecibles, la supervivencia depende de algo más que de intervenciones externas.
Los conocimientos autóctonos, transmitidos a través de la práctica, la memoria y la narración de historias, proporcionan estrategias inmediatamente pertinentes y arraigadas en generaciones de experiencias vividas.
Cuando se combinan con la ciencia, estos sistemas comunitarios permiten comprender mejor cómo regenerar la tierra y mantener los medios de subsistencia.
El aprendizaje comunitario es fundamental en este proceso. En Kaani, los conocimientos sobre la tierra no se comparten en las aulas ni mediante entrenamientos formales. En cambio, los conocimientos circulan en pequeñas reuniones, actos locales y encuentros en los que los agricultores intercambian lo que han observado y aprendido.
Se habla de qué cultivos están soportando el calor, qué plagas están apareciendo y qué métodos ayudan a conservar el suelo y el agua. Estas maneras informales de compartir garantizan que las lecciones se difundan rápidamente y se adapten al contexto local.
En la literatura sobre el clima se reconoce cada vez más el valor de la adaptación basada en la comunidad. La resiliencia en las zonas áridas no puede depender únicamente de tecnologías externas, sino que debe arraigarse en las prácticas que las comunidades ya utilizan para hacer frente a la escasez.
En Kaani, las redes informales de intercambio constituyen una de nuestras estrategias de adaptación más sólidas. Ningún agricultor se enfrenta solo a la incertidumbre de las estaciones. Por el contrario, cuentan con las observaciones, lecciones y el ánimo de sus vecinos.
Esta forma de compartir conocimientos cuestiona la idea de que la credibilidad debe proceder de laboratorios o informes escritos. En nuestras comunidades, la credibilidad se pone a prueba sobre el terreno.
Los alimentos autóctonos constituyen la columna vertebral de la resiliencia de las comunidades de las zonas áridas. Cultivos como el frijol caupí y la yuca han ayudado a las familias en temporadas difíciles, como cuando los híbridos de maíz introducidos fracasaron.
La historia del maíz en Kenia está ligada a las políticas agrícolas coloniales y poscoloniales, que promovieron el uso de semillas híbridas para aumentar la producción tanto para los mercados nacionales como para la exportación.
Estos híbridos se distribuían a menudo a través de programas gubernamentales y de donantes con la promesa de mayores rendimientos, pero requerían precipitaciones fiables, insumos químicos y compras regulares de semillas.
En las zonas áridas, donde las precipitaciones son impredecibles y los recursos limitados, estos híbridos a menudo se marchitaban, dejando a los hogares en una situación vulnerable.
En cambio, los alimentos autóctonos cultivados durante generaciones siguieron creciendo en las mismas duras condiciones. Siguen siendo fundamentales para la nutrición, la seguridad alimentaria y la preservación de los lazos culturales con la tierra.
Un ejemplo notable es el uso de calabazas para conservar semillas. Las calabazas tradicionales siguen siendo una forma habitual de almacenar semillas porque las protegen de las plagas y la humedad sin necesidad de tratamientos químicos.
Junto a las calabazas, los agricultores también reutilizan botellas, latas y pequeños recipientes, que proporcionan condiciones herméticas que ayudan a mantener la calidad de las semillas durante varios meses.
Estos métodos son asequibles, fáciles de gestionar y están bien adaptados a nuestro entorno árido, donde los recursos son limitados.
Muchas familias tratan sus hogares como pequeños bancos de semillas, manteniendo reservas de frijol caupí, mijo y gandules listas para su uso o intercambio. Durante los actos comunitarios, los agricultores llevan porciones de estas semillas para compartirlas o intercambiarlas, lo que garantiza que las variedades sigan circulando por los hogares.
Algunos grupos de agricultores también están creando bancos colectivos de semillas, en los que los miembros aportan los excedentes de sus cosechas a un fondo común. De este modo se refuerza la capacidad de recuperación, ya que se dispone de reservas en caso de que un agricultor pierda una cosecha a causa de la sequía o las plagas.
Estas sencillas prácticas resisten la presión moderna para comercializar semillas o enviarlas a pruebas científicas.
Los agentes externos suelen promover la realización de pruebas para mejorar la resistencia o catalogar las variedades genéticas, que pueden ser útiles en investigaciones más amplias. Sin embargo, en mi comunidad, nuestro sistema de valores hace hincapié en mantener las semillas dentro del contexto local.
Los agricultores de Kaani han intentado cultivar variedades de maíz “mejoradas” que no han resistido nuestros largos periodos de sequía. Mientras tanto, el mijo y los guandules autóctonos siguieron prosperando a pesar de las escasas lluvias.
Esto refuerza nuestra creencia de que las semillas se adaptan mejor cuando permanecen en el mismo suelo y clima donde han crecido durante generaciones. Transmitirlas dentro de la comunidad garantiza que permanezcan aclimatadas a las condiciones locales y accesibles a todos.
Este sistema genera confianza, protege la diversidad alimentaria y mantiene a los agricultores, y no a instituciones externas, en el control de la seguridad alimentaria.
Honrar los alimentos autóctonos también honra los valores que representan. Compartir semillas no es solo asegurarse una cosecha: es recordarse mutuamente que la seguridad alimentaria es colectiva.
Ningún hogar debe pasar hambre mientras otro tiene abundancia.
Cultivar alimentos en las tierras áridas de Kaani no es sólo un reto técnico, sino una prueba de solidaridad. El suelo es seco, el sol a menudo implacable y cada cosecha es impredecible. Sin embargo, incluso en situaciones de escasez, los agricultores se ayudan mutuamente.
Si una familia se esfuerza por desherbar su campo antes de las lluvias, sus vecinos acuden en su ayuda. Cuando un agricultor experimenta con una nueva variedad de cultivo, comparte los resultados en la siguiente reunión de la comunidad.
Los agricultores suelen adquirir nuevas semillas a través de mercados locales, programas de extensión o intercambios con vecinos, y a menudo las plantan junto con variedades tradicionales para ver cómo responden al calor, las plagas o las lluvias irregulares.
Si una nueva semilla prospera en estas condiciones, el conocimiento se extiende por los hogares; si fracasa, se propaga con la misma rapidez, evitando que otros sufran la misma pérdida.
En Kaani, la resiliencia nunca es un asunto privado, sino comunitario.
Una de las formas en que Kaani resiste a las narrativas climáticas impuestas es a través de la narración de historias. Para muchos de nuestros mayores, las historias transmiten la lógica de la tierra, las pautas de las estaciones y el recuerdo de las penurias pasadas.
Mzee Nzioka, un anciano respetado por su sabiduría, describe la narración como un conjunto práctico de conocimientos:
“Cuando era joven, una de nuestras obligaciones después de la cosecha era sentarnos a desgranar maíz juntos. Luego ayudábamos a separar lo que se iba a comer de lo que había que guardar.
Parte del maíz se guardaba en el granero, mientras que otra parte se colocaba cuidadosamente en botellas mezcladas con ceniza para protegerlo de las plagas. Eran simples tareas domésticas, pero conllevaban lecciones.
Estas historias no se escribieron, pero las recordamos. Nos guiaron. Incluso ahora, cuando compartimos semillas, también estamos compartiendo las historias de cómo sobrevivieron.
Por eso la semilla es poderosa. Viene con memoria”.
Al conservar las semillas localmente, transmitir las historias y dar prioridad al intercambio frente a la venta, nuestros pueblos se oponen a una visión estrecha de lo que puede ser la restauración y la soberanía alimentaria.
Para nosotros, como pueblo kaani, la restauración es un proceso enraizado en la historia, la cultura y la confianza mutua. Es a la vez ecológico y social: un reconocimiento de que la regeneración de la tierra no puede separarse de la regeneración de los valores de la vida comunitaria.
De cara al futuro, nos enfrentamos a muchos retos. Los regímenes pluviales cambian de forma imprevisible, los suelos siguen degradándose y las generaciones más jóvenes se ven arrastradas a las ciudades.
A menudo se considera que las ciudades ofrecen empleos más estables, acceso a la educación y servicios modernos que son más difíciles de encontrar en las zonas rurales.
Sin embargo, también existe un fuerte movimiento para aferrarnos a lo que define nuestra identidad: nuestra cultura de compartir semillas, los alimentos autóctonos que resisten la sequía y el principio del bienestar colectivo.
“Hay un dicho en nuestra comunidad: Mwacha mila ni mtumwa ―los que abandonan su cultura se convierten en esclavos”, dice Nzioka. “No podemos abandonar lo que nos ha mantenido vivos”.
“Puede que la tierra esté cambiando, pero la semilla y la historia nos recuerdan quiénes somos. Si seguimos honrándolas, nuestros hijos seguirán comiendo aunque las lluvias lleguen tarde”.
Los conocimientos indígenas son el corazón palpitante de la restauración y regeneración de las tierras áridas degradadas de Kaani. Al compartirlos, mantenemos la restauración anclada en nuestro contexto, cultura y experiencias vividas.
Nuestro conocimiento es nuestra resistencia.
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En Kenia, la crisis climática está haciendo que las tierras áridas sean aún más secas. Los agricultores se están adaptando recurriendo a sus conocimientos ancestrales y sus comunidades.