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Un estimado de 340 millones de hectáreas de tierras forestales se encuentran en estado de degradación en las frágiles zonas secas africanas, como consecuencia del crecimiento demográfico, el cambio en las modalidades de uso de tierras y los efectos adversos del cambio climático.
Esta pérdida amenaza la viabilidad de los medios de vida rurales y de los ecosistemas. Debido a la falta de raíces para compactar los suelos, las tierras deforestadas son vulnerables a la erosión y al deterioro. La tala de árboles daña la estructura y la diversidad de las comunidades de plantas, lo que provoca más enfermedades y atrae especies invasoras. Así, los hábitats se fragmentan, ponen en peligro la biodiversidad y la deforestación menoscaba el potencial de los bosques para secuestrar carbono.
Restaurando tierras degradadas
La salvación de los bosques cada vez más escasos de este continente dependerá de las iniciativas estratégicas de restauración para mejorar las funciones del suelo, aumentar la disponibilidad de agua e incrementar la biomasa forestal y así elevar los niveles de carbono del suelo. Donde sea posible, se deben conservar los árboles que quedan y los fragmentos de bosque con el fin de permitir la regeneración natural y para que actúen tanto como fuentes y como receptores de material genético arbóreo en la forma de polen y propágulos.
El establecimiento de “zonas de exclusión”, es decir, de tierras que han sido reservadas para evitar o reducir la degradación provocada por el pastoreo, ha probado ser una medida de restauración efectiva. Un estudio realizado por el Centro Mundial Agroforestal (ICRAF, por sus siglas en inglés) en el norte de Etiopía demostró, por ejemplo, que los suelos en las tierras de exclusión eran más saludables que aquellos de las zonas comunales de pastoreo y contenían niveles significativamente más altos de nitrógeno, fósforo y mayor capacidad de intercambio de carbono.
Las prácticas de manejo sostenible de tierras que apuntan a la rehabilitación dentro de las zonas de exclusión incluyen el corte para rebrote (monte bajo) y la poda periódica de la vegetación a nivel del suelo para estimular el crecimiento. Esta técnica produce brotes vegetativos fuertes, resistentes al fuego y a otras alteraciones. Los árboles así recortados también crecen más rápido y son menos susceptibles a la sequía que los plantones de árboles porque se mantienen de la biomasa que se encuentra bajo el suelo y de sistemas de raíces más grandes.
Estrategias de manejo participativas
Otra estrategia prometedora es la “ecología funcional”. Esta práctica conecta el uso de la tierra con las cualidades y funciones ecosistémicas de especies específicas de árboles. Se basa en la idea de que diferentes tipos de vegetación influyen en las propiedades, salud y funciones del suelo de maneras distintas. En concreto, esto quiere decir que se pueden usar tipos específicos de vegetación para rehabilitar la tierra de manera orientada, como por ejemplo, para apoyar un tipo específico de uso o para superar algún problema o deficiencia en el suelo.
Las medidas relacionadas a los enfoques de ecología funcional son respaldadas por la Central de Especies Agroforestales, que facilita información sobre árboles y actividades de desarrollo centradas en los mismos. Otra fuente de datos son los expertos técnicos.
Del mismo modo, las comunidades locales que conocen su medio ambiente de forma cercana constituyen importantes recursos informativos. “La selección de especies para un propósito o función específica podría ser respaldada con la participación de la gente local”, afirma Ermias Betemarriam, investigador de ICRAF que estudia la degradación y rehabilitación de tierras. “Si se incluye en las actividades de restauración, podemos beneficiarnos de su conocimiento local que resulta invaluable”.
Los programas de manejo ascendente han sido efectivos en otros regímenes de gestión, pues contienen medidas preventivas que ayudan a las comunidades locales a generar ingresos del uso sostenible de los recursos forestales. Involucrarlas en las actividades de planificación, manejo y evaluación ha promovido también un sentido de apropiación y asegurado que las necesidades comunales se cubren adecuadamente.
Los incentivos son la clave. Según Keith Shepherd, científico principal de suelos en ICRAF: “Podemos alentar a los agricultores a invertir en manejo sostenible de tierras si les proporcionamos mecanismos de incentivo, ya sean subsidios, recompensas o si conectamos el manejo de los recursos naturales con actividades que produzcan ingresos”.
Apoyo gubernamental
Hay evidencia de que los gobiernos africanos reconocen la amenaza que representa la degradación. Estos gobiernos en las regiones de tierras áridas ya están comprometidos en esfuerzos de restauración y contribuyen con iniciativas regionales y mundiales importantes como el Desafío de Bonn y la Restauración de Paisajes de los Bosques Africanos.
Algunos incluso persiguen objetivos de neutralidad en la degradación de tierras (LDN, por sus siglas en inglés) que cuenta con el respaldo de organizaciones internacionales como la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha Contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés).
Un marco conceptual explica los procesos y principios de la LDN y ofrece recomendaciones para orientar su implementación. Éstas incluyen la protección de los derechos de los usuarios de las tierras, integran la planificación e implementación dentro de los procesos de planificación de uso de tierras ya existentes y equilibran la sostenibilidad económica, social y medioambiental.
Los gobiernos africanos también están siendo animados a adoptar tecnologías probadas y métodos de cultivo resistentes al clima rápidamente, ya que estos tendrán implicaciones importantes para la supervivencia de los bosques en el continente. Después de todo, si se intensifica la producción agrícola en las tierras actuales sosteniblemente, podremos cumplir con la demanda adicional de alimento por parte de una población en crecimiento y a la vez evitar la tala de más árboles y bosques.
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