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Por Sibélia Zanon
Esta historia fue producida en colaboración con Mongabay para crear conciencia sobre los temas relevantes a la Conferencia Digital del Global Landscapes Forum GLF Amazonía: Punto de Inflexión (21-23 de septiembre, 2021).
“Creo que quien solía comprar jugo de guanábana ya no lo comprará. Quienes antes compraban jugo de acerola ya no lo comprarán, porque ahora lo tienen en su propio patio”, dice José Marcondes Puyanawa, de la Tierra Indígena Poyanawa, ubicada en la margen derecha del río Moa —un curso de agua en Acre, departamento del norte de Brasil. Este río traslada peces a afluentes y arroyos interiores, contribuyendo a la seguridad alimentaria en las aldeas de Barão do Rio Branco e Ipiranga.
La restauración de áreas degradadas —como bosques de ribera para proteger las aguas—, la promoción de roza (quemas) y actividades agrícolas preferiblemente en áreas ya alteradas y el fortalecimiento de huertos agroforestales son prácticas crecientes entre los puyanawa. La participación organizada de líderes comunitarios, instituciones gubernamentales y ONG ha contribuido a potencializar el uso de la tierra y aprovechar de manera sostenible los recursos forestales.
Un estudio reciente de Embrapa encontró que estas buenas prácticas han evitado la deforestación y concluyó que la TI Poyanawa tiene el potencial de generar créditos de carbono. Según el cálculo del estudio, para el 2025 ya no se emitirán en el territorio un promedio de 6,4 mil toneladas de dióxido de carbono por año.Teniendo en cuenta el mercado mundial de créditos de carbono, los investigadores estiman que cada tonelada de CO2 evitada podría valer alrededor de 6 dólares. En la situación actual, estos servicios ambientales equivaldrían a aproximadamente R$ 200 mil anuales —o US$ 38 mil anuales.
“Hoy existe una demanda mundial de créditos de carbono y no hay oferta. Y el carbono indígena es diferente porque es un carbono social”, señala el investigador Eufran Amaral, coordinador del estudio y responsable de Embrapa Acre, apostando a que este carbono social podría alcanzar valores aún mayores. “Es un carbono que, además de proteger el bosque, protege principalmente a hombres, mujeres y niños indígenas”.
Antes de ser homologada en 2001, el área de casi 25 mil hectáreas de la TI Poyanawa había sido ocupada por haciendas y plantaciones de caucho. “Más o menos el 6 % del área está deforestada. Cuando se regularizó la tierra, ellos (los puyanawa) recibieron el área ya con este porcentaje de deforestación”, explica Amaral.
“Este mapa es muy simbólico para nosotros”, dice Amaral. “Se ve que la TI funciona como un freno…Y todo el entorno se deforesta 5 veces más rápido que dentro de la TI. Esto demuestra la efectividad de una tierra protegida”.
La colección de MapBiomas, publicada a fines de agosto con base en imágenes satelitales, muestra que entre 1985 y 2020 los territorios indígenas, ya demarcados o en espera de demarcación, fueron los que más conservaron sus características originales, representando solo el 1,6 % de la pérdida de bosques y vegetación nativa de Brasil en este periodo.
En el caso de la TI Poyanawa, casi el 6 % o 1422 hectáreas del área deforestada ha sido reutilizada con fines sostenibles y ocupada con pequeños pastizales, rozas, matorrales y huertos agroforestales, además de viviendas y escuelas. El estudio de Embrapa muestra que de 1988 a 2017 la tasa de deforestación promedio en la zona fue de 21,3 hectáreas por año y que en los últimos cinco años la tasa de deforestación promedio en la TI disminuyó a 12,8 hectáreas por año.
Las 25 mil hectáreas de TI albergan y alimentan a una población indígena de alrededor de 800 personas, cuya principal fuente de ingresos es la yuca y sus derivados y cuenta con rozas para otros cultivos como maíz, arroz y frijol, el manejo de frutos nativos, plantaciones agroforestales y pequeñas ganaderías, así como la caza y la pesca para la seguridad alimentaria.
“La estrategia de conservación en tierras indígenas es la mejor que existe porque los indígenas tienen el bosque como su hogar. Ellos no quieren perder su casa”, comenta Amaral.
Según la Comisión Pro-Indígena de Acre (CPI-Acre), hay un esfuerzo de los puyanawa para aprovechar las áreas ya deforestadas para cultivos diversos. José Frank de Melo Silva, técnico del sector de geoprocesamiento de CPI-Acre explica que “lo importante es que los puyanawa están reutilizando estas antiguas áreas de pasto para restaurar, implementando cultivos de yuca y ahora trabajando duro para implementar los SAF [sistemas agroforestales]”.
El Proyecto de Ley 528/21, que está en la Cámara de Diputados de Brasil, establece el Mercado Brasileño de Reducción de Emisiones (MBRE) y debe regular la compra y venta de créditos de carbono en el país. Sin un reglamento nacional, el departamento de Acre creó en 2010 el Sistema Departamental de Incentivos a Servicios Ambientales (SISA) mediante la Ley 2308/2010.
A partir de ello surgió un proyecto conocido en Brasil, que combina créditos de carbono y tierras indígenas, y que prosperó de 2013 a 2017 entre los departamentos de Rondônia y Mato Grosso. Se trata del Proyecto Suruí, situado en la TI Sete de Setembro, que se terminó en 2017 debido al aumento de la deforestación en la reserva provocada por la invasión de mineros ilegales.
Pero el año pasado, Embrapa ya había realizado un estudio en otra TI, la Kaxinawá Nova Olinda, también en Acre, que mostraba la posibilidad de que las comunidades indígenas desarrollen proyectos de Reducción de Emisiones derivadas de la Deforestación y Degradación de los bosques (REDD+).
Las conclusiones de Embrapa en el caso de puyanawa prueban la existencia de potencial. Lo que viene ahora es completar diversas etapas para lograr efectivamente la venta de créditos de carbono, comenzando con el acuerdo de los pueblos indígenas sobre el valor del proyecto. Luego, se necesitaría una empresa para preparar la propuesta, que tendría que estar registrada y certificada en una plataforma internacional.
“Cuando hablamos de recursos adicionales para el proyecto de carbono, en realidad estos recursos atravesarían acciones en la cultura, producción y organización”, comenta Amaral. “Una vez que hayan decidido que quieren el proyecto, podemos trabajar juntos para recaudar fondos. Esta es otra cosa en la que Embrapa puede ayudar”.
Mientras el estudio publicado recientemente repercute en toda TI y agrada a los oídos de Marcondes Puyanawa, el agente agroforestal continúa plantando y cuidando las nuevas frutas que prosperan en los patios, como la guanábana.
Los peces del río Moa y sus afluentes también se benefician de la fructificación. “[Vamos a] hacer la reforestación alrededor de las represas, recomponiendo el bosque de ribera para proteger las aguas. Vamos a utilizar especies frutales de las que se puedan alimentar los peces, como açaí, burití, caucho y otras”, propone el Plan de Manejo Territorial y Ambiental de la Tierra Indígena Poyanawa.
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