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¿La naturaleza también nos ama?

Sabiduría indígena de dos mujeres activistas caribeñas
14 julio 2025

Esta publicación también está disponible en: Inglés Portugués, Brasil

Cuando se pregunta a los jóvenes ambientalistas si aman la naturaleza, suelen levantar la mano en señal de acuerdo.

Pero, ¿qué pasa si se les pregunta si la naturaleza los ama? Entonces, sus respuestas no son tan unánimes.

Este es un problema común entre los jóvenes ambientalistas: algunos de ellos creen sinceramente que son indiferentes para la Tierra y que no pueden ofrecerle nada más que la destrucción.

¿Por qué seguimos pensando que la humanidad es el problema y nos vemos a nosotros mismos como una plaga en el planeta? Los seres humanos tenemos el poder de crear tanta belleza. ¿Cómo podemos considerarnos a nosotros mismos como una enfermedad?

La naturaleza nos ama. Nuestros antepasados vivieron en armonía con ella y eran uno solo con ella.

Necesitamos volver a vernos a nosotros mismos como parte de la naturaleza. Somos una parte vital de esta Tierra, y es nuestro deber cambiar el sistema que nos está alejando de la naturaleza.

El mes pasado, el Foro Global de la Tierra organizado por la Coalición Internacional para el Acceso a la Tierra en Bogotá, Colombia, puso en el foco cómo los derechos a la tierra pueden ayudarnos a lograr este cambio.

El foro, considerado la mayor reunión independiente de defensores y expertos en derechos a la tierra del mundo, reunió a más de 1.200 miembros de la sociedad civil y organizaciones intergubernamentales que trabajan juntos para poner a las personas en el centro de la gobernanza de la tierra.

Una de sus principales demandas fue la protección de las mujeres y los jóvenes en la reforma agraria. En todo el Sur Global, las mujeres de las comunidades indígenas y locales están liderando la lucha por la justicia climática con una visión del mundo arraigada en la interconexión, la justicia y el amor por la Tierra.

Hablamos con dos mujeres activistas caribeñas en el foro para saber cómo se convirtieron en activistas, los problemas que enfrentan sus comunidades con respecto a los derechos a la tierra y sus esperanzas para el futuro.

Para Ikihie, las injusticias sufridas por las comunidades indígenas la han llevado a convertirse en activista. Foto cortesía de Ikihie

Surinam: Donde no existen los derechos territoriales de los pueblos indígenas

Surinam sigue siendo el único país de América del Sur tropical que aún no ha reconocido legalmente los derechos colectivos a la tierra de sus Pueblos Indígenas.

“No somos reconocidos, ni por nuestras instituciones, ni por nuestro gobierno”, dice Ikihie, descendiente de los Lokono y de la nación Kaliña.

“Por lo tanto, tampoco tenemos derechos sobre las tierras en las que vivimos. Eso es lo más preocupante que estamos enfrentando en este momento: las luchas que enfrentamos en lo que respecta al acaparamiento de tierras”.

Como resultado, terceros y corporaciones pueden ingresar a las comunidades, apoderarse de tierras y contaminar con poca responsabilidad. La minería ilegal de bauxita y oro es uno de los muchos problemas a los que se enfrenta la comunidad de Ikihie.

“Porque no somos dueños de nada, no podemos hacer nada”, explica.

La comunidad de Ikihie vive con el temor de que un día se despierte y encuentre un cartel de “prohibido el paso” en los bosques donde han cazado y pescado durante miles de años.

Pero para la propia Ikihie, el activismo no empezó de la tradición, sino del deseo de conectarse con su identidad.

Creció en la ciudad, desconectada de su lengua materna, tradiciones y prácticas ancestrales. Eso cambió cuando cumplió 17 años.

“En algún momento de tu vida, haces algunos cambios y buscas hacer algo con propósito”, recuerda. “Ese fue el momento en que empecé a preguntarme: ¿quién soy yo como indígena?”

Su viaje de autodescubrimiento la llevó al activismo, donde se ha concentrado en las luchas indígenas, trabajando no solo para proteger la tierra sino también para reconstruir la identidad.

Al igual que muchos jóvenes de la región, su trabajo no se trata solo de resistir la injusticia, sino de reconectar, sanar y llevar ese propósito a todo lo que hace.

“Nos enfocamos especialmente en los niños, las mujeres y los jóvenes, porque son los grupos más vulnerables de las comunidades”, explica.

Uno de sus proyectos se centra en dotar a los jóvenes de herramientas para defender sus comunidades y sus derechos, garantizando que sus voces sean escuchadas y que permanezcan conectados con sus raíces.

“Queremos enseñarles a defender sus derechos, pero también queremos que se identifiquen como pueblos indígenas, para preservar su vínculo espiritual, su conexión con la naturaleza, con los bosques, con los ríos y con los seres vivos.

“A partir de ahí, comenzarán a saber lo que valen y lucharán por lo que es correcto”.

Kahina Abayatara comparte su proyecto en el taller “Construyendo campañas impactantes” en el Foro Global de la Tierra. Foto: Astrid Peraza/GLF.

Reconstrucción de Dominica

Cuando conocimos a Maureen, ella dejó dos cosas claras.

Primero, que prefería que la llamaran por su nombre indígena, Kahina Abayatara, como nos referiremos a ella a partir de ahora.

En segundo lugar, que es de la mancomunidad de Dominica, un pequeño país insular situado entre las islas francesas de Martinica y Guadalupe, que no debe confundirse con la República Dominicana.

Kahina Abayatara comenzó como activista social después de enterarse a través de la evaluación de la pobreza del país en 2006 de que el 70 por ciento de las personas en el Territorio de Kalinago, el hogar del pueblo indígena Kalinago en la isla, vivían en la pobreza.

“Hice campaña sobre los problemas sociales a los que nos enfrentábamos como pueblos indígenas marginados y vulnerables en el Caribe”.

Cuando el huracán María azotó el país en 2017, devastó el territorio, destruyendo cerca del 98 por ciento de las viviendas en una comunidad que ya estaba marginada y vulnerable

Cuando ocurre un desastre, las mujeres y los niños tienen 14 veces más probabilidades de morir que los hombres. Para Kahina Abayatara, estas realidades se volvieron imposibles de ignorar y marcaron el comienzo de su viaje hacia el activismo climático. 

Sin embargo, cuando comenzó a organizarse, se encontró con otra capa de complejidad: la división dentro de su comunidad.

“A pesar de ser una pequeña comunidad indígena marginada, estamos tan polarizados por la política del gobierno central que todavía no podemos vernos uniéndonos como una fuerza unificada para abordar los desafíos climáticos y sociales”, reflexiona.

El proyecto actual de Kahina Abayatara se deriva de una investigación que mostró que los y las jóvenes kalinago estaban perdiendo el contacto con su cultura nativa.

Se centra en tres áreas: la reintroducción de aspectos de la cultura kalinago, la formación de los y las jóvenes en la acción climática y el empoderamiento de las mujeres.

“Espero tener un grupo de jóvenes activistas indígenas que puedan continuar con la defensa cuando yo ya no esté”, dice Kahina.

En la COP30 de este año, Kahina espera escuchar más voces indígenas en la primera línea de los debates.

“Parece que a pesar de que somos la comunidad indígena más grande del Caribe oriental, las organizaciones internacionales tienden a olvidarnos”.

Plenaria inaugural del Foro Global de la Tierra en Bogotá, Colombia. Foto: Astrid Peraza/GLF

Restauración con derechos

Estas historias nos recuerdan que la justicia climática no puede existir sin la justicia social y la justicia territorial, que fueron temas recurrentes en todo el Foro Global de la Tierra. Las voces de las comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y locales se unieron para exigir el reconocimiento formal de sus sistemas de tenencia de la tierra.

La transición verde no debe repetir la lógica colonial: la justicia climática significa devolver la tierra a las comunidades indígenas, no sacrificarlas.

Las mujeres exigieron no sólo inclusión, sino poder de decisión en la restauración de tierras, la gobernanza y la planificación climática, porque la justicia de género también es inseparable de la justicia de tierras.

Restaurar la tierra no se trata solo de plantar árboles o proteger los ecosistemas, también significa restaurar la justicia.

Eso incluye reconocer los derechos de los Pueblos Indígenas, garantizar que las comunidades tengan poder sobre sus territorios y abordar las profundas desigualdades sociales que los hacen vulnerables.

Ikihie y Kahina Abayatara nos muestran cómo es este tipo de restauración en la práctica.

Su trabajo va más allá de la protección del medio ambiente. Se trata de defender la cultura, asegurar los derechos a la tierra y construir la unidad desde adentro.

Sin embargo, voces como la suya siguen siendo excluidas con demasiada frecuencia de los debates sobre el clima y la tierra.

Eso tiene que cambiar.

Una madre y su hija plantan manglares en Costa Rica.

Somos parte de la naturaleza

Al reflexionar sobre el Foro Global de la Tierra, está claro que restaurar la tierra también significa restaurar las relaciones entre las personas y la naturaleza, dentro de las comunidades y entre las naciones.

Los enfoques de paisaje, basados en la inclusión y el conocimiento ancestral, ofrecen un camino a seguir.

Y mujeres como Kahina Abayatara e Ikihie ya lo están haciendo, demostrando al mundo que la resiliencia no consiste solo en sobrevivir a una crisis, sino en transformarla.

A todos los jóvenes activistas que aman la naturaleza tanto como nosotros, déjennos decirles esto: la naturaleza los ama a ustedes también.

Salgan a la calle, sientan ese amor en el viento contra su cara, en la lluvia torrencial, en los ríos que fluyen, en el mar en calma, en las frutas frescas y en los árboles hermosos. Son parte de la naturaleza y merecen existir tanto como cualquier otro ser.

Ikihie lo expresó de forma clara: “las mujeres son las luchadoras principales de la vida. Son feroces, resistentes y esenciales. Sin mujeres no hay vida ni futuro”.

Si queremos soluciones reales a la crisis climática, debemos escuchar a los defensores de la tierra, debemos apoyar su trabajo y debemos evitar que nuestros políticos y líderes empresariales ignoren sus voces.

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