This post is also available in: Inglés
El año pasado fue importante para el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de las Naciones Unidas, y este lo será aún más.
Con el cierre en 2020 de las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica, un conjunto de metas creadas en 2010 para frenar la rápida pérdida de la biodiversidad en la Tierra, se produjo un aluvión de informes sobre los resultados de las metas y lo que habían logrado –o, más bien, lo que no se logró.
Esto quiere decir que el trabajo de la secretaria ejecutiva del CDB, Elizabeth Maruma Mrema, no ha sido la ocupación más sencilla del mundo, y se hará cada vez más difícil, a medida que los países negocian un nuevo Marco Mundial de la Diversidad Biológica posterior a 2020, el cual fija metas para 2030 y 2050 y debe ser aprobado a finales de este año.
Más aún, sus responsabilidades se desarrollan en un contexto de pérdida de la biodiversidad que continúa acelerándose y pone en riesgo la continuidad en condiciones seguras de las necesidades humanas básicas, como los alimentos y el desarrollo de medicamentos. (Esto quiere decir que su trabajo no tiene que ver solo con salvar la vida de plantas y animales, sino también de la de los seres humanos).
“Creo que no alcanzar los objetivos y metas del [nuevo] marco mundial para la biodiversidad como un todo no es una opción, considerando que esta década es nuestra última oportunidad de cambiar la situación de este planeta y asegurar el logro de las metas y sus contribuciones a los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, dijo en una entrevista con Landscape News. “Si no logramos cumplir con el marco mundial para la biodiversidad, experimentaremos una sexta extinción masiva, riesgos para nuestros sistemas económicos y cambios continuos e irreversibles”, sentenció.
Cuando fue nombrada secretaria ejecutiva interina en noviembre de 2019, y luego secretaria ejecutiva en junio de 2020, se convirtió en la primera mujer africana en ocupar dicho cargo, apenas un logro más de una carrera ya de por sí extraordinaria. Con una formación en derecho y experiencia trabajando en el gobierno de su país de origen, Tanzania, incursionó en la formulación de políticas internacionales ocupando varios puestos directivos en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Pero lo que la preparó para asumir este rol, además de su experiencia, fue el paisaje de su infancia, ubicado en las laderas del monte Kilimanjaro, entre plantaciones de banano alimentadas por arroyos de agua dulce.
En el tiempo transcurrido desde su juventud, esta área se ha degradado hasta convertirse en una tierra árida y estéril, y los exuberantes campos de frutas han desaparecido. Y es esta visión de primera mano de la pérdida de biodiversidad la que nutre su realismo sobre el presente y su firme resolución de que el futuro puede y debe ser mejor.
“En última instancia, imagino una era en la que, como seres humanos, apreciemos plenamente las innumerables contribuciones de la naturaleza a nuestra vida cotidiana, nos aseguremos de que estas contribuciones continúen y de que todos, como ciudadanos de nuestro único planeta, comprendamos plenamente que la biodiversidad sigue siendo la respuesta a los desafíos del desarrollo sostenible”.